Mesa medieval: la etiqueta y los cubiertos
Antes de la comida se ofrecían a los comensales aguamaniles y paños para lavarse la cara y las manos. La práctica más habitual era compartir las copas y recipientes donde se bebía.
Los banquetes y las comidas colectivas eran considerados masculinos y era poco común llevar a la propia mujer a estas fiestas. Los códigos sociales hacían difícil para una mujer mantener los estereotipos de permanecer bella, delicada e inmaculada durante el transcurso de una fiesta suntuosa. La mujer del anfitrión comía a menudo en un recinto separado, aunque podía unirse al banquete cuando ya estaba a su final y los negocios ya se habían tratado.
La comida medieval era ingerida principalmente con las manos, aunque a veces podía emplearse la ayuda de cucharas. Se empleaba el cuchillo en la mesa, pero generalmente no se incluía con el plato ya que se esperaba que cada uno de los comensales llevara uno consigo. Posteriormente, el cuchillo fue incluido por los hospedadores como signo de distinción a los invitados de alto rango.
Cuando llegó a París, la princesa bizantina Teodora causó escándalo cuando en una cena utilizó un objeto extraño para comer: un tenedor. Al principio sufrió un rechazo generalizado, dada la costumbre de comer con las manos o acercarse el plato a la boca. Además las habilidades mostradas con el tenedor por muchas personas no eran dignas de elogio: se pinchaban la lengua, las encías, los labios, lo utilizaban a modo de mondadientes, para rascar y hurgar, etc.
Mesa medieval: los ingredientes
En una época en la que el hambre se padecía frecuentemente en diversas partes de Europa, la posesión de un alimento tenía una cualidad claramente diferenciadora acerca del estatus de la sociedad a la que se pertenecía.
Los platos hechos con pescado fueron lo más comunes, principalmente en la costa. La carne era cara, y por lo general se valoraba más al ganado como herramienta de trabajo. Nadie se comía, por ejemplo, las vacas o los bueyes. La mayor parte de carne venía de animales domésticos como el cerdo o de la caza, como las aves, y otros animales como erizos, castores y ardillas.
El cereal más empleado en Europa en el Medievo era el trigo. Con él se preparaban las gachas, papillas espesas que se elaboraban a base de cereales cocidos con otros cereales, legumbres o verduras (espinacas, acelgas, cebollas, coles, ajos, garbanzos, zanahoria, guisantes y habas) en agua, leche o una mezcla de ambas. Los médicos lo aprobaban como medicamento, ya que se creía que la comida cortada, cocida o picada era buena para aligerar la digestión. Las gachas se solían cocinar en un caldero metálico con carbón, o calentarse en un recipiente de barro -más barato-, añadiendo piedras calientes hasta que hervían. En Gran Bretaña se usaba para alimentar a los presos, por eso que la expresión de irse a «hacer gachas» (doing porridge) se convirtió en sinónimo de una condena de cárcel.
Antes del descubrimiento del Nuevo Mundo no había tomates, patatas o maíz. La solución fue que conformarse con garbanzos, coles, remolachas y guisantes. La col, las espinacas y las zanahorias eran despreciadas por los ricos, pero los pobres se alimentaban de ellas en sopas.
En el norte de Europa, las frutas más comunes fueron: la fresa, la manzana y la pera. En el sur, uvas, higos y naranjas. Los ricos las usaban para conseguir un sabor agridulce de los platos salados. Los pobres comían la fruta directamente del árbol, sin tan siquiera lavarlas.
Las especias eran uno de los mayores lujos en el Medievo. Los castillos y hombres adinerados podían disfrutar de las especias asiáticas y africanas, como la pimienta, la canela y el jengibre. Sin embargo, en el campo, al alcance de todos, se encontraban especias como: tomillo, perejil, salvia, mostaza, albahaca o anís, empleado como un saborizante de pescados y de platos realizados a base de carne de pollo. Sus semillas se cubrían de azúcar para servir carnes confitadas al final de las comidas.
El agua potable era más bien escasa, y existía un alto riesgo de enfermedad. Por tanto, las bebidas alcohólicas eran las preferidas. El vino (de uva, arándanos o pera) era habitual en el sur de Europa. Por su parte, la cerveza, antes del descubrimiento de la levadura, se echaba a perder en pocos días. Se consumía fresca y era mucho más oscura. El vinagre diluido con agua era la bebida de los menos favorecidos económicamente.